Hacía calor, mucho calor, demasiado. Ramiro, a pesar de haberse acostado agotado y muerto de sueño, no podía dormir. Dos horas llevaba dando vueltas sobre las arrugadas y sudadas sábanas, girando la almohada para disfrutar de un momentáneo frescor.Y, encima, el ruido, el pequeño y molesto ruidito, mitad rozar, mitad rascar, que llevaba atacando sus nervios desde hacía rato. Venía de debajo de la cama, podría agacharse, podría mirar e investigar, pero la doble pereza del calor y el cansancio lo aplastaba sobre la cama y decidió no moverse de ella. Y ahí seguía, dando vueltas, sudando y tratando de ignorar el ruidito de las narices.Poco a poco, y a pesar del calor, la humeda...
más información