Apretó el botón de fin de llamada y, olvidando en ese mismo instante las recomendaciones que acababa de darle su madre sobre los peligros de la noche, se contempló en el gran espejo de su dormitorio. Alisó las arrugas del vestido rojo sangre ajustado a su cuerpo como una segunda piel y se maquilló los labios con un carmín a juego. Calzó sus pies en unos «Stilettos» negros de tacón vertiginoso saliendo al bosque urbano y nocturno dominado por la luna llena.Aquel bar, situado en un antiguo recinto industrial, imperio noctívago de crápulas y gente guapa de mal vivir, se encontraba lleno de hembras hambrientas y machos en celo.Inspeccionó el local en una mi...
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