Cuando la Bella Durmiente estuvo segura de que todos en palacio dormían en profundo sueño abrió los ojos. De un ágil salto se levantó de la cama y apresuradamente se fue despojando del engorroso atavío de princesa real dejando únicamente sobre su piel la liviana camisa, tomó las afiladas tijeras que otrora usara para tejer y cortó su dorada trenza, modelando su cabello como lo usaban los hombres. Abrió la puerta del gran vestidor y sacó un terno de ropa masculina de impecable factura, cómodo, sin florituras y apropiado para un largo viaje. Lanzó lejos sus chinelas de alto tacón, sus medias de seda y la camisa, cubriendo su desnudez con la ropa de...
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