La ciudad amaneció amenazada por una lluvia cierta. Los boletines que anuncian el tiempo así lo habían avisado. Pero, como siempre, el agua se hizo esperar y estaban todos los niños en el colegio, dibujando a Alicia y al conejo blanco cuando la tormenta estalló. Había rayos y truenos y, sobre todo, agua. Unas nubes destellaban sobre el colegio, sobre la calle entera, sobre la ciudad y sus mares. Los ventanales del aula ya no trajeron luces sino la sombra oscura de las nubes reflejándose en la tersa madera de las bancas. Las niñas, inclinadas sobre el dibujo, apenas prestaron atención al acontecimiento. Porque en esas edades ninguna tormenta puede hacerte variar de rumbo ...
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