El día de San Sebastián la calle Ancha de mi ciudad está preparando la mayor sorpresa de la primavera. Casi imperceptible, es cierto, pero firme y segura. El azahar ha comenzado a hacerse presente, a brotar sin tasa, a lanzar su olor por todo el espacio de la calle, una calle que, por eso mismo, llamábamos "de los naranjos". Delante de mi casa del Aljarafe hay también naranjos. Deben estar brillando ahora con toda su fuerza igual que hacen los naranjos de mi plaza de invierno, porque el azahar es un milagro reiterado, confuso y eterno.
Rodeando las calles y ese estallido del azahar, ese olor de la naranja amarga, ese retorcido movimiento de los troncos y ese verde desva...
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