Cuando Sant Jordi iba a clavar la espada al dragón para salvar a la princesa, ella le detuvo recriminándole que qué derecho tenía a matar un animal; que si seguía y ejecutaba la acción le grabaría con el teléfono móvil y enviaría el vídeo como prueba a una asociación animalista para que le denunciara. Y, añadió también, que quién se creía que era él para protegerle, nadie se lo había pedido y sabía cuidarse sola; que se dejara de rosas, que ella prefería libros. Sant Jordi se quedó con la espada en el aire, sin saber qué decir ni qué hacer.
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