1.
La reconocí en un café del Boulevard Saint-Germain-des-Prés, su pelo castaño cayendo sin gravedad sobre sus hombros. O quizás era un café de una ciudad con mar y sol. Café a medio tomar, sus dedos pulidos por las cuerdas de una guitarra sujetaban un bolígrafo morado que emborronaba de notas un papel pautado.
La veo salir. Otea el cielo, gris, lluvioso, y abre su paraguas de granate intenso. El día es desapacible y la tela del paraguas soporta mal que bien los embates del viento. Parece la chica marinera en tierra manejando con esfuerzo las velas de su esquife ante la tempestad. Pronto se cansa del inútil esfuerzo y pliega el paraguas. Ca...
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