El día más triste de su vida llovía. Lo recordaría siempre. En ese día perdido de octubre, sentía de algún modo que el mundo se había reducido a aquella habitación, esa cama donde descansaba su padre intentando aferrarse a lo que quedaba de realidad, su silla, y la ventana que daba al resto del mundo. Un mundo que parecía haber dejado de existir. Un mundo en el que llovía.
Sin embargo, las gotas parecían ser lo único vivo en esos momentos. Ajenas a todo y a la vez siendo en su mente las protagonistas. Prefería perderse en ellas, que caían sinuosas por el cristal igual que, de haberlas dejado, habrían resbalado las lágrimas por sus mejillas. Prefería abstraerse de...
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